aparentar que soy casi feliz pero detrás de la máscara detrás del disfraz cotidiano escondo por decirlo de algún modo un infinito dolor. ¿Quién me amará como tú? ¿A quién le confesaré mi último secreto, le leeré emocionada lo que pretende ser un poema?
¿Quién será ahora mi cómplice, me devolverá la sonrisa con sólo un gesto? ¿Y quién esperará impaciente
el café de cada tarde? Para qué regresar
si ya no me esperas en el viejo sillón.
Cómo, con qué coraje abro la puerta si la fuerza me abandona y tu ausencia todo lo inunda.
Hace poco buscando algo en Google encontré un blog donde se hablaba de cierto libro ("Al son del Punk").
Un joven fotógrafo vasco que estuvo en Cuba a finales del 2000 fotografió la escena punk en la isla.
Fue tremenda la sorpresa al ver amigos, conocidos, (algunos desgraciadamente ya no están) y me invadió la nostalgia, porque yo estuve allí y formé parte de ellos, pero casi veinte años antes.
A raíz de eso decidí escribir este corto post y darle las gracias a Josu Trueba Leiva por revivir aquella época de locura y felicidad.
A principios de los 90 fuimos punks en Cuba y no fue nada fácil. Ser diferente en una sociedad llena de prejuicios conllevaba sus riesgos: a la hora de salir a la calle había que estar preparado para cualquier cosa: evitar peleas, ignorar las provocaciones de personas ignorantes, conflictivas que les chocaba nuestra imagen y estilo de vida. Desgraciadamente no siempre se lograba salir ileso de semejantes situaciones.
Llevar crestas de colores, botas militares, chaqueta, y una infinidad de accesorios en el país de la salsa era algo verdaderamente digno de admirar: había que tenerlos bien puestos.
Alguien conoció a unos vascos y gracias a ellos supimos que existían grupos españoles como Kortatu, Barricada, La Polla Records, Boikot, RIP, Eskorbuto.
De este último: "Cerebros destruidos", "¿Dónde está el porvenir?", "Mucha policía, poca diversión" eran las canciones que más nos gustaban y cantábamos en los parques de El Vedado con bastantes alcoholes encima y otras cosas.
A falta de gel nos hacíamos la cresta con jabón de lavar o con la clara del huevo y los colores con óleo o cualquier otro invento. Había quien diseñaba sus propios atuendos, manillas, cinturones, camisetas, parches que se pegaban en botas, mochilas, donde quiera.
Contrastando con el son y la trova comenzaron a surgir (no sólo en La Habana) grupos como Rotura, VIH, Futuro Muerto, Eskoria.
Crecía así el movimiento punk ante el asombro de muchos.
Comenzaba el período especial, una situación bastante difícil e inaguantable para casi todos los cubanos, ¡escaseaban tantas cosas!
Muchos conocidos decidieron contagiarse con el VIH para así poder ingresar en los sanatorios, tener mejores viviendas, alimentación, sentirse menos marginados. Distantes de quienes censuraban, de la policía, de las propias familias que los excluían y a veces maltrataban.
Fueron años vividos intensamente a pesar de esa horrible enfermedad.
Dedico esta entrada a Willian Fabián Álvarez (cantante de Eskoria) y a todos esos amigos punks que como él se fueron pronto, pero vivirán eternamente en la memoria de todos los que tuvimos la suerte de conocerlos y de formar parte de aquel movimiento punk, en La Habana, Cuba de los 90.
"Cerebros destruidos".
"Perdida la esperanza, perdida la ilusión
los problemas continúan sin hallarse solución.
Nuestras vidas se consumen, el cerebro se destruye
nuestros cuerpos caen rendidos como una maldición.
Era casi media noche cuando regresábamos a casa, desde la radio de su viejo coche de repente pusieron "La cura" de Battiato.
Ya conocía esa canción, alguien en Milán un año antes me había amado y regalado varios discos de los grandes cantautores italianos.
La última noche con Diego llegaba a su fin, pero yo no quería irme y dejar atrás aquel hombre, sabía con certeza que de hacerlo nunca más lo volvería a ver.
Terminaban mis días en Emilia-Romagna, después de seis meses sin conseguir trabajo estable no podía continuar allí. Llegó el momento de partir, de volver a comenzar de cero, de sacar fuerzas.
Otra vez regresaba a Lombardía y Diego no podía hacer nada para retenerme, mi billete de tren aguardaba, también Brescia y un futuro incierto. Ese era el precio que debía pagar.
Alguien dijo una vez: "la suerte consiste en creer que tienes suerte", pero conmigo no funcionó y el hecho de haber podido escapar de la Isla pasó a convertirse de suerte en horrible pesadilla.
Era más fácil desistir, darse por vencida, regresar a Cuba, pero yo no quería ni podía rendirme. En ese país había dejado mis mejores años, allí bajo aquel sol y calor asfixiante fui feliz y no lo sabía.
Había llegado la hora de demostrarme que sí podía y que intentaría ser fuerte a pesar de todo. Ya no se trataba de aprender el idioma, ni de lidiar con la burocracia para legalizarme, mucho menos de adaptarme a nuevas costumbres. Tenía que continuar mi camino y amar era un lujo que no podía darme en ese momento.
Jamás volví a ver a Diego.
A menudo lo recuerdo, sobre todo cuando escucho a Franco Battiato interpretar "La cura".