Mi casa ya no es verde.
La isla en fase terminal agoniza
entre escombros
oscuridad
hambre.
Tristeza en cada rostro curtido por el sol.
Los ojos de mi abuela
apagados
no me reconocen
por mucho que le hable
por mucho que la abrace,
ya ella se fue.
Acomodo en la maleta
mi sangrada libertad
y huyo nuevamente
con la isla a cuestas,
pero más triste que nunca.
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