Pocos días llevaba en Italia cuando Canek Sánchez Guevara escribía estas palabras en mi muro de Facebook. Han pasado 14 años.
Enseguida nos conectamos por Messenger. ¡Llevábamos más de una década sin ningún tipo de comunicación!
Años después: su inesperada muerte, una de las más dolorosas para todos.
Recuerdo como si fuera ayer, al leer la noticia en su página (escrita por un familiar) me quedé sin aliento unos segundos, como cuando te dan un puñetazo en la boca del estómago. No pude llorar, me bloqueé.
Entonces me percaté una vez más, de lo frágiles que somos y súbitamente comenzaron a agolparse en la memoria los instantes vividos.
Recordé cuando lo conocí, una noche invernal de 1991 en el muro del Malecón, su mirada e interés apenas notó mi presencia, el olor de su larga melena, su sonrisa, humildad.
En cierta ocasión, de madrugada, desde la sala de su apartamento en El Vedado, vimos caer una estrella fugaz; eran tiempos difíciles, de incertidumbre, sólo sé que nos abrazamos muy fuerte y pedimos un deseo entre lágrimas.
Sabía que él pediría por mi salud, yo en cambio, que pudiéramos amarnos sin temores. Su deseo se cumplió, el mío no.
Fue la única vez que nuestro grupo de amigos nos dejaron a solas, en medio de una improvisada fiesta. Momento mágico, como en las películas.
Nunca escribí sobre esto y sé que le debo un poema, porque fue un ser excepcional, importante en mi adolescencia, a pesar de la efímera, pero bella historia.
Santiago de Compostela, 18 de marzo del 2023.